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La puntualidad como valor

La puntualidad es la disciplina de estar a tiempo para cumplir nuestras obligaciones

La puntualidad como valor

La puntualidad es la disciplina de estar a tiempo para cumplir nuestras obligaciones y es necesaria para dotar a nuestra personalidad de carácter, orden y eficacia, pues al vivir este valor en plenitud estamos en condiciones de realizar más actividades, desempeñar mejor nuestro trabajo, ser merecedores de confianza.

Para ser puntual primeramente debemos ser conscientes que toda persona, evento, reunión, actividad o cita tiene un grado particular de importancia. Nuestra palabra debería ser el sinónimo de garantía para contar con nuestra presencia en el momento preciso y necesario.

Es grave que haya personas que sienten “distinguirse” por su impuntualidad, llegar tarde es una forma de llamar la atención, Habría que preguntarse si esta actitud denota una falta de seguridad o una debilidad de carácter. Lo que sí está claro es que esta actitud es el reflejo del poco respeto que sentimos por las personas, su tiempo y sus actividades Para la persona impuntual, los pretextos y justificaciones están agotados, nadie cree en ellos.

La puntualidad está relacionada con otros valores humanos, como el orden, la responsabilidad, la exactitud, la precisión, la rectitud, la formalidad, el rigor, etc. y la impuntualidad con la negligencia, la dejadez, la desidia, la indolencia, la pereza, el desorden, el egoísmo, etc. La puntualidad representa el respeto hacia uno mismo y hacia los demás, y es necesaria para dotar a nuestra personalidad, de carácter, orden y eficacia. Es una de las normas básicas de la buena educación, ser puntual supone un signo de consideración hacia las personas que están esperando. También es la forma de satisfacer una obligación en un plazo determinado, para empezar o terminar algo. Se va construyendo con esfuerzo, voluntad y sacrificio para hacer las cosas a tiempo o estar a tiempo en el lugar adecuado, y así cumplir los horarios aceptados.

Es un valor que debe enseñarse, desde los primeros años de la vida y dentro de la familia, donde las normas y costumbres, establecen horarios para cada actividad familiar. Practicarlo, es una forma de hacer a los demás la vida más agradable, mejorar nuestro orden e intentar convertirnos en personas dignas de confianza. Para poder inculcar en los hijos la puntualidad, lo primero que deben hacer los padres es practicar continuamente la puntualidad, dando ejemplo en todas sus actividades. Necesitan mucha voluntad y sacrificio. Nunca podrán enseñar el valor de la puntualidad, así como los otros valores humanos, sin el ejemplo constante de su comportamiento. Si los hijos no ven la puntualidad de los padres, nunca llegarán a ser puntuales. Se debe fomentar en los hijos el concepto del orden, la previsión y la programación, para conseguir que la puntualidad, no se convierta en una situación del azar o de la suerte. No importa que las demás personas no sean puntuales, la satisfacción de la puntualidad propia, justifica todos los sacrificios hechos al practicarla.

Es preocupante comprobar que en nuestro país cada vez somos menos puntuales. Esta es una asignatura que España no aprueba. Vivimos en una sociedad estresada y desorganizada que complica la organización del tiempo y cuando todo se complica no dudamos en poner incluso en peligro nuestra propia vida con el coche o la moto para salvar nuestra impuntualidad, fruto de esa desorganizada vida. Y, por si fuera poco esa impuntualidad de los españoles, las cosas van ahora a peor tras la llegada de los teléfonos móviles. Unos aparatos muy útiles en la organización del trabajo o la ­vida doméstica, pero que al ­mismo tiempo nos han convertido en personas más informales con las citas. Antes de su llegada, cuando alguien tenía una cita cumplía, ahora es mucho más fácil cancelarla en el último momento con un mensaje. Una simple llamada por teléfono parece bastar, entre los impuntuales reincidentes, para zanjar el asunto. Sin que parezca preocuparles que hoy en día para muchas personas el tiempo, ya casi es más importante que el dinero.

El valor de la puntualidad escasea en el campo de la política. Raro es el acto que no empieza un cuarto de hora tarde porque el político que esperan no ha llegado. Suelen aducir que como tienen la agenda tan colmada y el don de la ubicuidad aún no se inventó, pues que les disculpen, aquí paz y después gloria. Rayando, o totalmente dentro de la falta de educación, la impuntualidad de la clase política se ha enseñoreado de nuestras vidas de la misma forma que campan a sus anchas la zafiedad y el mal gusto. Posiblemente no sea la falta de puntualidad el pecado peor en los políticos sin distinción de colores sino su falta de educación.

La famosa tolerancia que se obsequia graciosamente de manera desafortunada, en muchos ámbitos, desde una reunión informal de amigos, en una fiesta de cumpleaños de la familia, en una cita para tomar un café, para desayunar o comer, lamentablemente nos ha ido acostumbrando a que si se conviene una hora se puede llegar con 10 o 15 minutos de retraso, situación que ya hasta observamos como algo normal, cuando se trata de una falta de respeto que no debería ocurrir, en ningún ámbito. Vivir el valor de la puntualidad es una forma de hacerle a los demás la vida más agradable, mejora nuestro orden y nos convierte en personas digna de confianza.

Puedes leer el articulo original aquí:

Segismundo Uriarte es maestro jubilado.

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